El presidente Luis Arce conmemoró este sábado los 56 años de la masacre de San Juan y afirmó que episodios tan oscuros no deben repetirse jamás.
“A 56 años de la Masacre de San Juan, rendimos homenaje a los caídos en el brutal asalto militar instruido por René Barrientos contra los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi, el 24 de junio de 1967. Episodios tan oscuros de nuestra historia no deben repetirse jamás”, escribió Arce en su cuenta de Twitter.
El régimen militar de René Barrientos Ortuño ordenó el asalto militar a los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi en la noche de San Juan en junio de 1967.
Fue una de las acciones de las operaciones antiguerrilleras de Barrientos en el sudeste del país para aplastar el movimiento minero que convocó a un ampliado para recuperar los derechos salariales que el propio presidente, surgido de un golpe militar en 1964, les había recortado.
El Ampliado Minero convocado para el 24 de junio de 1967 tenía previsto acordar acciones para enfrentar al gobierno, recuperar derechos, apoyar al movimiento guerrillero de Ernesto “Che” Guevara con medicinas y alimentos y declarar a las minas como territorios libres.
La situación de los centros mineros era “tensa”, de acuerdo con el libro “1967: San Juan a sangre y fuego”, de los autores Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas.
“La situación en las minas era tensa, la posibilidad de choques entre los mineros y el gobierno estaba latente, había una fuerza militar acantonada en Playa Verde (puesto de control militar para los centros mineros), los trabajadores pedían su retiro ya que realizaban tentativas de represión y amenaza, especialmente contra los dirigentes, en estas acciones también estaba inmersa la policía. Se producían movimientos de tropas en Oruro y Challapata”, se lee en la obra.
La política minera de oposición a la dictadura se constituyó en una excusa para que el gobierno intervenga militarmente los centros mineros más importantes, sostiene la obra de Soria Galvarro, Pimentel y García.
“En realidad el régimen intentaba a como dé lugar evitar la asamblea fijada para el 24 y 25”, indica el libro.
Al ampliado minero no sólo asistirían delegados de otras minas, sino también de otros sectores, como fabriles de Oruro y Cochabamba. Dirigentes y trabajadores alojarían por lo menos a una persona en sus casas.
“1967: San Juan a sangre y fuego” relata que a las cinco menos veinte de la mañana del 24 de junio de 1967 algunos mineros que se encontraban en las cercanías del ferrocarril observaron la llegada de las tropas y su desplazamiento.
“Una fracción militar avanzó silenciosamente para posesionarse de la cumbre del cerro que domina Siglo XX, otra, la más fuerte, tomó posición en Cancañiri, la tercera tomó El Calvario, por su parte la Guardia Nacional ya se encontraba en el centro del campamento minero”.
Domitila Chungara relata que cuando el ataque comenzó “abrimos las puertas, pero ni bien las abrimos empezaron a disparar. Ya estaban parapetados. Contra todo y contra todos disparaban… en ese tren tuvimos que corretear las mujeres para recoger y salvar a los heridos y evitar que los compañeros, ya eufóricos quisieran ir a enfrentar esa lluvia de balas…”.
Sobre este acto heroico Regis Debray escribe: “La sirena de alarma sonó, y la sede del sindicato fue valerosamente defendida, con dinamita y algunos viejos fusiles máuser de la guerra del 14. De hecho, toda resistencia era inútil”.
Mientras esto ocurría en el centro del campamento, cuando la policía trataba de tomar la radio y el sindicato, los Ranger descendían de las faldas del cerro San Miguel disparando. El campamento “La Salvadora”, cerca de la estación de Cancañiri, fue el sector más atacado.
Los “Rangers” empezaron a disparar ante la sola presencia de los obreros que transitaban para dirigirse a sus casas y otros que iban a su trabajo. Vidal Sánchez dice que este campamento trató de resistir, pero la ineficacia de la dinamita les hizo rendir.
Este ataque a “La Salvadora” estuvo comandado por Alfonso Villalpando, mientras los soldados descendían en medio de ráfagas de ametralladora y disparos de mortero.
El sacerdote Gregorio Iriarte describe el ataque de la siguiente manera: “La columna del centro al mando del mayor Pérez, totalmente equipada con armas automáticas, se deslizaba pausadamente en posición de combate… Se internan en el campamento Salvadora que se convierte en la antesala del infierno… el campamento está envuelto en un espantoso tiroteo y el arma de cada soldado vomita ráfagas de muerte en cualquier dirección. Las dos fracciones de apoyo también abren fuego sobre el campamento, creyendo que los soldados habían sido atacados. Las balas penetran en las casas por las ventanas y a través de los techos de zinc”.
Nunca se supo con exactitud el número de personas que perdieron la vida o fueron heridas en este ataque. Las cifras oficiales cambiaban conforme pasaban las horas. En la mañana del 24 de junio, el Ejército reportó 16 muertos y 27 heridos, los que fueron comunicados por los periódicos El Diario de La Paz y La Patria de Oruro.
Después las agencias noticiosas AFP, AP y UPI reportaron 21 muertos y 70 heridos. Luego se habló de 26 muertos, para concluir con la cifra oficial de 27 muertos y más de 80 heridos.
Posteriormente se especularía sobre cifras superiores. En Ñancahuazú, el Che escribía en su diario correspondiente al 25 de junio: “La radio argentina da la noticia de 87 víctimas, los bolivianos callan el número”.
Regis Debrey anota que la cifra fue casi de 70 mineros, Valentín Abecia dice que por otras informaciones se sabe que murieron alrededor de 100. // ABI